*Este texto forma parte de las experiencias creativas que tuvieron mis estudiantes durante la clase de literatura y cultura de la Wichita State University, verano 2017.*
Por Yanick González Melgarejo
“El pájaro rompe el cascarón.
El
cascarón es el mundo.
Quien quiera nacer, tiene que destruir un mundo.”
Demian (1919), Hermann Hesse
¿Pienso, luego existo? No. Creo—de creer, de crear—luego existo. La pintura está ahí, observa cada paso: me devora despacio: su mirada es el relato de lo vivido. Es un monstruo disfrazado de belleza; de relativas vivencias dulcificadas: un espectro el cual aterroriza mis horas, llenándome de miedo e incertidumbre: un ajedrez que me hacía creer que todo estaba bien. Se trataba de todas esas putas ideas que me llevaban de la mano hacia esa muerte que se anunciaba cada mañana en el desayuno: sonrisa forzada y un abrigo al que me aferraba cuando ya no me quedaba más que gritar en silencio el castigo de existir.
Desde un pequeño espacio donde caben universos, como un todo y nada a la vez: ¿frío? No: tibio y con voz: las paredes teñidas de memorias, de evocaciones y también de silencios: palabras no dichas que a veces gritan y abrazan. Pocos objetos: todos ellos llenos de semblanzas y anécdotas, casi imperceptibles.
Adentro es un mundo: mi mundo. En ese micro-macro-espacio intento ser. Pareciera un cementerio, aunque yo lo visto de flores con mis sueños. Largas horas caminan por el techo, en ocasiones no percibo el tiempo: inexistente, tan inservible que no dice nada.
Es un fluir de pensamientos: una respiración parecida a un tic-tac: suave melodía monótona. Nadie creería que en este pequeño espacio hay una vida: aquí sucede todo. Hay un ojo que anuncia mundos y contrastes: edificios, parques, autos, personas. Pero viéndolo bien: todo es un caos: gritos, ruido: no hay calma allá afuera, prefiero crear mi intimidad, lo mío, lo que en el adentro más profundo ocurre.
Exploro y creo un universo de universos desde mi propia filosofía: el arte de especular las galaxias. Me pregunto: ¿existo?
Me he perdido entre multitudes, pero no estoy sola: mi pensamiento siempre me acompaña: y ahí vamos entre hombres, mujeres, niños y fantasmas: cruceros de vidas y experiencias: calles muertas y otras con un pulso ligero que se puede llegar a sentir.
¿Y el espacio original? Ahí sí existo—ahí-aquí-allá-ahí-allá—, justo ahí danzan mis emociones como olas despeinadas: aquí mis sentimientos siempre corren a abrazarme: mordiendo mis tristezas: ahuyentándome de lo inexistente para empezar a ser.
En ocasiones el silencio es quien viene a visitarme—no suelo recibir visitas—, a contarme cómo se vive en el alcantarillado—como suelo llamar a lo exterior. Sé de gotas de lluvia que son lágrimas de inconclusas historias.
Se cae la pintura: colores diversos, fragmentos de formas sinuosas; rota, desquebrajada, llena de violencias sutiles. Y al mirarla derruida, desvencijada, por fin pude mirar y sentir su belleza.
Escurren los colores como un mar violento, sus olas son mi llanto, saben a sal y no deja de fluir tras mis ojos las desventuras de encontrarme encerrada tras la cárcel de mi propia existencia, ¡carajo! Quisiera no ser, estar aquí me quema, me sacude el alma a gemidos, que rasgan las apariencias de una criatura que lucha por existir en un mundo aparente, en el que jamás he encontrado nada que me salve del ruido interior en el que me he ahogado ya.
De repente el silencio llega: después de experimentar la tormenta, me levanto abatida del suelo resbaloso cubierto de gotas de sal. Iré por… ¿un café?, sí, quizá algo más fuerte me haría olvidarme de lo que ahora soy, pero no hoy… hoy no es un buen día para sacudir mi cuerpo con melodías de alcohol; hoy me tiraré con una frazada a escuchar la lluvia mientras bebo mi café, caliente como mi corazón, dulce como el sabor de mis labios, fuerte como mi espíritu el que sigue entero a pesar del gran barranco donde se han caído los colores de mis sentimientos.
Transmutación. Siempre preferí callar ante lo desconocido y ocultarme, me resultaba fácil no estar aunque si estuviese presente con esa apariencia frágil y temerosa que siempre me caracterizó.
Un momento, un minuto, un segundo. Solo sé que sin anunciarse llegó: ¿quién llegó? Llegaron suculentos regalos: el coraje para decir ¡basta ya! Las líneas y versos que a susurros me decían ¡atrévete!, ¿qué puede pasar? Y entonces colgué la tristeza en aquel tendedero roto, me vestí de esperanzas, arrumbe el miedo, creo que lo dejé en algún desván, abrí mis brazos y los lancé al viento, por fin sonreía ante lo inexistente y que parece tan real como un trozo de pastel. Por primera vez caminé en la acera sin mirar hacia abajo con esas pupilas flacas de tanto llorar.
Hoy soy: existo. Porque así lo he decidido. Sé de volar, sé de creer: creo, creo, creo. Creo en mí, dejé de explorar para vivir, dejé de soñar para crear: soy creadora, fluyo; ya nada puede detenerme. Me construyo bajo las sombras de lo inadvertido. Soy real y así miro a través del escaso pedacito de mundo en el que soy: somos.
Me atreví a desempolvar lo extraordinario y emerger desde el abismo con alas de vida. Y un día desperté cubierta de orgasmos deliciosos que visten el lienzo de mi piel callada; encontré placer absoluto al mirarme desde dentro y jugar con mis ganas de sentir más, siempre más.
Ahora ese espacio—la vívida pintura—es no sólo todo el planeta, sino los infinitos universos que mi cosmos íntimo: mi sensibilidad, mi cuerpo, mi habitar el mundo; pueden imaginar y crear.